miércoles, 25 de enero de 2012

Credencial

Había una vez un niño que vivía en un barrio humilde, donde las casas eran todas de colores distintos, donde los árboles eran viejos y por ende sabían más que los pobres vecinos. Este niño tenía ojos marrones profundos como la tierra misma y un pelo castaño oscuro, casi negro. Medía poco menos que metro y medio y su piel era pálida con unas marcadas ojeras, daba aspecto enfermizo.

Ese niño vivía en un ambiente ruin. Donde las peleas se sucedían unas a otras. Donde la desconfianza abundaba y el daño era como el pan de cada día. Su madre acababa de ser despedida de su trabajo, por estar embarazada, su padre había comenzado a beber y las peleas en casa habían transformado ese ambiente hostil en un verdadero sufrimiento. Su hermana mayor había comenzado a salir con un chico que rondaba las drogas y sus dos hermanos con los que compartía cuarto huyendo de tal infierno decidieron irse fuera de casa a buscarse la vida.

Ese niño se quedó solo, solo ante un mundo donde todo parecía malo. No obstante, el infierno convivía solo en casa. A pesar de sus doce años este niño comenzó a sentir algo distinto, algo que no sabía que podía hacer. Supo pues que cuando pensaba en algo esto mismo sucedía. El niño pensaba en una pluma, y a los pocos días veía una pluma. Pensaba en tener un estuche nuevo y al cabo de unas días lo tenía. Pensó incluso en ser un nadador, y su prima vino a la semana diciéndole que había conseguido plazas para la piscina en el polideportivo que por qué no se animaba. Esto no podían ser meras coincidencias. Tenía que ser real.

Entonces algo dentro de él surgió. Pensó: ¿Podré entonces cambiar a todos en mi casa? Parecía una tarea muy difícil, ¿cómo podía él un niño tan pequeño cambiar a tantas personas, tan duras y tan mayores?
Estaba seguro que no podía que era demasiado para si mismo, aunque había descubierto un secreto, que lo que pensaba sucedía. Entonces, lamentando mucho su insuficiencia, lo dejó pasar.

Las peleas seguían en su casa y el iba a su cuarto a llorar todas las noches. Se tapaba los oídos y los ojos para intentar no ver las caras feas que se dibujaban en el ambiente de su cuarto. Ese mismo findesemana sus padres decidieron ir a Teror.

Allí. después de merendar unos bocadillos de chorizo canario y queso. Pasaron junto a un mercadillo donde habían todo tipo de objetos de decoración canaria. Pero más allaá había un señor con un puesto de piedras preciosas. El anciano tenía el pelo blanco signo de haber vivido largos años. Era mucho más alto que el pobre chico. Al acercarse vio que el niño estaba interesado mirando unas piedras junto a su madre. Y le preguntó: ¿te gusta alguna? Dice si, ésta y señaló a una piedra rosa que había allí.
El anciano miró profundamente a los ojos del chico, casi como si pudiera leer lo que pasaba por su cabeza, como si pudiera saber lo que su alma le decía y al tiempo que le ponía la mano en el hombro le dijo estas palabras. No te preocupes si quieres puedes.
El chico miró a los ojos del anciano asustado y le dijo ¿puedo, seguro que puedo?
El anciano responde: Sí, puedes eso y mucho más.
Su madre interviene en la conversación y le pregunta al hombre de que hablan.
El hombre le explica a la mujer que tiene un hijo muy especial, que es muy sabio a pesar de su edad.
La madre agradecida sonríe y asiente.
Al despedirse el anciano le dice al niño que para que sus deseos lleguen al cielo, debe poner un vaso con agua y dibuja en él una cruz con sal. Ponerlo encima del armario pero lo más importante no debe contárselo a nadie.

Nada más llegar a casa el chico prepara todo el equipo y lo pone encima del armario. Y todas las noches siguientes siguió rezando y pidiendo porque todos cambiaran, él sabía que podía.

Hoy sin darse cuenta, ese chico tiene 21 años y cuando mira a su alrededor ve que todos han cambiado. Todos viven felizmente y han aprendido a amarse los unos a los otros. Hoy a ese joven se la ha aparecido un ángel y le ha dicho: Fue el sentimiento más grande y más inocente lo que nos acercó a tí. Tu fe. La compasión que dibujó tu corazón irradió una luz tan fuerte que nos hizo atravesar la espesura de la oscuridad y llegar hasta tí. Hoy día, sigues haciendo ésto con cada persona que te cruzas, enseñas la verdad. Abres los corazones rotos y los acercas a la luz. Tu luz es tan grande y has construido una iglesia donde la palabra se escucha. Suerte honor y paz.


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