domingo, 15 de mayo de 2011

Siempre quise entrever a mi corazón torturado, pero no encontré regocijo alguno, al ser esclavo. Palabras y llantos forjaron mi manto, unas veces para ponerlo y otras para quitarlo. Cuando releía los capítulos pasados, veía en ellos una falta de tacto. Falta de pluma escriba, falta de tanto...
 Ahora nuevamente dirijo, camino y mando, vuelta a mi instrucción, vuelta a mis 18 años. El niño que creía en saber de lo que se iba andando, supo pues, que el camino se va forjando, paso a paso, a veces con saltos, pero nunca antes de hora, sal, tono y canto.
Si fuere yo, sabedor de mi antaño, dijere yo que aprendí:
que el taño es más grueso que el tronco, que las hojas maduran al año, que el árbol siempre saca retoños, que yo: abajo, arriba, colorido, negado, ilustre, mendigo, sicario, regidor, manso y colgado, supe pues, que la tijera corta el lazo, la tierra tapa a los años, que el perdón cura espinas y borra y olvida el revés y daño.

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